RELATO DE UN SOBREVIVIENTE..
El 12 de enero de 1977, me encontraba en mi casa con mi hija Ruth Irupé (de un año y medio), cuando escuché que sonaba insistentemente el timbre de calle. Era mediodía. Caminé los 30 metros de pasillo que separaban mi departamento de la puerta principal. Cuando llegué alguien estaba pateando con fuerza la puerta. Pregunté: ¿quién es? y me respondieron: Ejército; mientras seguían golpeando. En ese momento recordé los miles de asesinatos, desapariciones y torturas, que desde hacía casi un año venía perpetrando el ejército. Solo atiné a tratar de escapar y corrí por el pasillo saltando el paredón trasero de la casa. Entonces me dispararon desde uno de los techos vecinos. Mi hija, que me había seguido por el pasillo rumbo a la puerta, rompió a llorar. No pude verla ni supe que habían hecho con ella hasta cinco meses después. Ni siquiera supe si esa bala la había alcanzado. Entre cinco soldados me metieron a la fuerza en el camión del ejército. Ante los reclamos por mi hija sólo recuerdo la mirada de odio del que debía ser el jefe de la operación. Había al menos tres vehículos militares en la cuadra y se había obligado a los vecinos a permanecer dentro de las casas. Toda la comitiva se dirigió al lugar de trabajo de mi esposo, a unas 15 cuadras de nuestro domicilio y allí lo detuvieron, llevándonos a ambos al Comando del V Cuerpo de Ejercito, sede del Ejército en Bahía Blanca. Allí permanecimos, en lugares separados hasta la tarde, en que luego de tomarnos declaración con los ojos vendados y esposados fuimos del mismo modo; trasladados al Campo de concentración. Cuando bajé del vehículo en que me llevaron, pude distinguir gracias a que mi venda estaba un poco floja, la fachada de una vieja casa en cuyo frente se leía en grandes letras negras: A.A.A. (Alianza Anticomunista Argentina), grupo para policial responsable de numerosos secuestros, torturas y asesinatos y con el cual el ejército insiste en no tener relación.
Adentro de la casa, entre burlas, gritos y malos tratos, tomaron nota de la ropa que llevaba puesta y me robaron [ilegible] un anillo. Luego me preguntaron:
Militar: -¿Quiénes somos nosotros?
Yo: -El Ejército
Mil.: No, quién te detuvo?
Yo: -El Ejército
Mil.: -El Ejército te dejó en libertad y nosotros te agarramos - te encontramos en la calle.
Era 1977 y los militares hacían cínicos y absurdos esfuerzos por deslindar responsabilidades.
Me llevaron a una pieza y me obligaron a acostar sobre un colchón. Allí, con las manos atadas atrás, escuche durante toda la noche voces de hombres y mujeres: "Señor, agua", "Señor, quiero ir al baño", "Señor, pan". Nadie respondía. De a ratos entraba alguien y golpeaba a algunos, o gritaba insultos. Se oían quejidos.
Escuché durante toda la noche los gritos de mi marido en la tortura. Después supe que lo habían atado desnudo a una cama metálica y le habían aplicado electricidad (picana) en las sienes, las encías, el pecho, los testículos; supe que lo habían golpeado brutalmente. Luego me pareció escuchar sus quejidos entra habitación contigua, a la mañana, cuando me obligaron a levantarme descalza, pude ver - por un resquicio de abajo de la venda, - que él estaba tirado en el piso, también había sangre en el suelo y me hicieron pisarla.
Me llevaron a interrogar a la cocina, había allí unos cinco o seis militares, entre interrogadores y guardias. Me pusieron una picana al lado mientras gritaban "Máquina" (así llaman a la tortura con picana); con un arma me apuntaban en la sien y apretaban el gatillo. Decían que iban a matar a mi hija. Me golpearon y luego cínicamente me leyeron el testimonio de una mujer a la que habían torturado salvajemente. Me decían que ellos no me estaban haciendo nada de eso, que por lo tanto todo eso era mentira -yo sabia que no era mentira-. Pero luego hicieron venir a mi esposo para que me contara su tortura.
Casi no podía hablar porque tenía la boca llagada y la lengua lastimada de haberla mordido cuando le aplicaban electricidad. Después de golpearme y amenazarme con "hacerme jabón" (por ser judía),me hicieron volver a la habitación diciendome que en dos semanas me iban a venir a buscar de nuevo y me iban "a matar, si no te acordás de las cosas". Me sobresaltaba varias veces al día al oír el motor del auto de los torturadores, pensaba que venían a buscarme. Pasaron dos semanas y no volvieron.
Adentro de la casa, entre burlas, gritos y malos tratos, tomaron nota de la ropa que llevaba puesta y me robaron [ilegible] un anillo. Luego me preguntaron:
Militar: -¿Quiénes somos nosotros?
Yo: -El Ejército
Mil.: No, quién te detuvo?
Yo: -El Ejército
Mil.: -El Ejército te dejó en libertad y nosotros te agarramos - te encontramos en la calle.
Era 1977 y los militares hacían cínicos y absurdos esfuerzos por deslindar responsabilidades.
Me llevaron a una pieza y me obligaron a acostar sobre un colchón. Allí, con las manos atadas atrás, escuche durante toda la noche voces de hombres y mujeres: "Señor, agua", "Señor, quiero ir al baño", "Señor, pan". Nadie respondía. De a ratos entraba alguien y golpeaba a algunos, o gritaba insultos. Se oían quejidos.
Escuché durante toda la noche los gritos de mi marido en la tortura. Después supe que lo habían atado desnudo a una cama metálica y le habían aplicado electricidad (picana) en las sienes, las encías, el pecho, los testículos; supe que lo habían golpeado brutalmente. Luego me pareció escuchar sus quejidos entra habitación contigua, a la mañana, cuando me obligaron a levantarme descalza, pude ver - por un resquicio de abajo de la venda, - que él estaba tirado en el piso, también había sangre en el suelo y me hicieron pisarla.
Me llevaron a interrogar a la cocina, había allí unos cinco o seis militares, entre interrogadores y guardias. Me pusieron una picana al lado mientras gritaban "Máquina" (así llaman a la tortura con picana); con un arma me apuntaban en la sien y apretaban el gatillo. Decían que iban a matar a mi hija. Me golpearon y luego cínicamente me leyeron el testimonio de una mujer a la que habían torturado salvajemente. Me decían que ellos no me estaban haciendo nada de eso, que por lo tanto todo eso era mentira -yo sabia que no era mentira-. Pero luego hicieron venir a mi esposo para que me contara su tortura.
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