La dictadura militar cerró carreras universitarias, modificó planes de estudio, prohibió libros (desde El Principito hasta los cuentos de Elsa Bornemann) y artistas populares como Mercedes Sosa y Atahualpa Yupanqui, y persiguió toda forma de organización docente y estudiantil.
Adolescentes y jóvenes fueron las principales víctimas de terrorismo de Estado, para la implementación de un régimen basado en el terror impuesto desde el Estado. Para ello se desarrolló un plan sistemático de detención desaparición de personas
La escuela como formadora de las futuras generaciones era un espacio central para el disciplinamiento social. Para ello, y en palabras del mismo Jorge Rafaél Videla “Por eso es nuestra intención, en nuestra acción de Gobierno, afirmar los valores tradicionales que hacen a la esencia del ser nacional y ofrecer estos valores como contrapartida a toda ideología extraña que pretenda suplantar estos valores, y aún más, conculcarlos”.[2]
Las instrucciones para el ámbito educativo, la campaña de presión sobre los docentes, la información a los padres para reconocer subversivos en la escuela, fueron herramientas que permitieron un mayor control de la educación, su desideologización y su adaptación a los proyectos a largo plazo del Estado genocida.
Además alrededor de 600 docentes fueron desaparecidos en todos el país, entre ellos el dirigente docente Francisco Isauro Arancibia de nuestra provincia, asesinado junto con su hermano en la sede misma del sindicato la noche del golpe de Estado.
La escuela siguió siendo concebida como un escenario privilegiado de creación de los futuros ciudadanos, por lo que su formación tanto en contenidos como en valores debía ser constantemente monitoreada, controlada y reprimida.
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