jueves, 3 de abril de 2014

Condiciones de Vida en "La Escuelita" ( Centro detención concentración clandestino en Bahía Blanca)

Un promedio de unas quince personas sobrevivíamos en condiciones infrahumanas, donde a la incertidumbre sobre nuestro destino-final y el temor permanente a la muerte -que se prolongaba por largos meses- se sumaban la tortura física y la carencia de las cosas mas elementales para cubrir las necesidades humanas. 

Obligados a estar acostados, a veces inmóviles o boca abajo durante largas horas, con los ojos vendados y las muñecas atadas fuertemente (en los hombres se solía utilizar esposas). Cubiertos con una sucia manta cuanto las temperatura alcanzaba varios grados bajo cero, éramos obligados a cubrirnos hasta la cabeza cuando el calor era fuerte. 

La venda en los ojos era fuertemente ajustada, aunque en oportunidades pasaban guardias que no las ajustaban lo cual era usado como excusa en la guardia siguiente para pegarnos "Por no avisar" Frecuentemente nos tapaban también los oídos con la venda. Muchas veces se nos permitía hacer nuestras necesidades una sola vez por día y luego de muchas horas de pedirlo. Otras veces los guardias nos ofrecían llevarnos al baño pero eran tantos los golpes, empujones y malos tratos que recibíamos en el trayecto que preferíamos no ir. 

En una de esas idas al baño me rompieron un diente empujandome contra la reja que cerraba la entrada a las habitaciones. Otras veces nos hacían formar un "trencito"; entraban a gritos en las habitaciones, golpeándonos con un garrote de goma nos apuraban a que nos pusiéramos los zapatos, que buscábamos a tientas alrededor de la cama. Luego nos hacían formar en hileras de 4 ó 5, tomados unos de las ropas de los otros, a veces podíamos tomar la mano de alguien, ellos no lo sabían y su propósito era humillarnos y reírse de nosotros, pero ese contacto con una mano solidaria nos reconfortaba. El baño en cuestión era una letrina sin puertas, en el patio. Mientras hacíamos nuestras necesidades eramos observados por los guardias que nos insultaban. Estábamos tan debilitados que nos desmayábamos muy frecuentemente cuando nos levantábamos para ir al baño. 

Estábamos muy sucios, nos bañábamos cada 20 días y en el transcurso no se nos permitía lavarnos las manos, con las que solíamos comer muchas veces a falta de cubiertos. Nos echaban polvos insecticidas tóxicos sobre el cuerpo y el cabello "para combatir pulgas y chinches". Mientras nos bañábamos eramos observadas por los guardias encapuchados, luego del baño, nos volvíamos a colocar la misma ropa sucia. A veces, cuando saqueaban las casas solían traer algunas ropas al "campo"' y una vez obligaron a todos los hombres a vestir camisones de mujer y vestidos mientras se secaban sus pantalones. El objetivo era humillarlos. En días muy fríos solían bañar a los hombres con una manguera en el patio, como a los animales. 

La comida consistía en almuerzo a la 1 (13 horas) y cena a las 7 (19 horas); o sea que durante 18 horas seguidas no probábamos bocado. Vivíamos con hambre permanentemente. Yo adelgacé 10 kg. llegando a pesar 45 kg. (mido 1,64 m). A la comida escasa, falta total de azúcares y frutas, se sumaba el hecho de que la situación de "stress" permanente hacía que nuestro organismo consumiera mayor cantidad de calorías. Solíamos temblar durante horas de frío, a veces en verano. Comíamos nuestro plato de comida con los ojos vendados, sentados en la cama y con el plato sobre la falda, apoyado en la almohada. Cuando había sopa o guisos líquidos los golpes eran permanentes porque los guardias pretendían que mantuviéramos el plato derecho, cosa imposible con los ojos vendados. 

Cuando teníamos sed podíamos pedir agua durante horas sin obtener más respuesta que amenazas o golpes. Hablar estaba prohibido y era castigado con golpes de cachiporra de goma, puñetazos o quitándosenos el colchón. Una vez que me encontraron hablando me llevaron a los empujones hasta la cocina, me obligaron a desnudarme y a colocarme bajo una gota de agua que caía por un agujero del techo, ya que estaba lloviendo. Estuve media hora parada allí y luego me pegaron fuertes patadas. Ea otra oportunidad, me colocaron en la misma pieza con mi esposo después de 3 meses de no vernos. 

Luego de dos días de escuchar atentamente tratando de encontrar un momento para hablar, creíamos que no nos observaban y alcanzamos a

cruzar algunas palabras, pero nos estaban escuchando: fuímos brutalmente golpeados y por supuesto separados de habitación. Nunca voy a olvidarme del día de mí cumpleaños, el 7 de febrero: me permitieron sentar en la cama; también había música ese día: estaban torturando a Carlos Mario D'Ilaqua y a Hugo Pvonpíndal y pretendía tapar los gritos con el ruido de la radio.
Cuando detenían a gente nueva solían traer buena comida, nos decían que: "debíamos estar contentos" en esas oportunidades. El día en que detuvieron a "Benjamín" -un muchacho de 17 años- nos habían traído un trozo de queso para la cena. Benjamín -casi un niño- fue brutalmente golpeado; después de tenerlo todo el día sin comer, alternativamente colgado de los brazos y sumergido en el pozo de agua y parado al sol, lo trajeron a nuestra habitación. Allí le ataron las manos a los pies de mi cucheta (yo estaba en la cama de arriba). Toda la noche estuvo allí parado y desnudo, recibiendo los golpes de los guardias que entraban a cada rato diciendo que "estaban aburridos" y "querían boxear un poco". 

Lo golpeaban en el estómago y caía, quedando colgado de las manos; lo obligaban a levantarse y lo volvían a golpear. En un intervalo alcancé a pasarle unos trozos de queso y de pan por debajo de la manta: debía colocármelos entre los dedos de los pies y alcanzárselos hasta su mano, ya que de otro modo nos podían descubrir. 

E1 clima de violencia era permanente, nos amenazaban constantemente gatillando sus armas en nuestra cabeza o boca. Una vez, a uno de los guardias que estaba parado enfrente de mi cucheta se le escapó un tiro adentro de la habitación, podía haber sido fatal. 

Había cosas insólitas: un día nos trajeron a todos cepillos de dientes y pasta dental, no teníamos nada, casi no nos bañábamos y a duras penas nos llevaban al baño, ¿nos dejarían lavar los dientes? Un día cuando nos llevaron al baño nos dieron un vaso de agua para que nos laváramos los dientes, yo no pude resistir unos minutos más parada y me desmayé. A los dos días nos quitaron todo: la pasta dental era de los Laboratorios del Ejercito Argentino. 

En los últimos tiempos trajeron un médico o enfermero que venía a preguntarnos como estábamos: como las mujeres no menstruábamos nos decía que nos iba a poner una inyección pero que iba a ser "antes de ir a la cárcel". Escuché que les decía que les iba a poner esa inyección a Zulema Izurieta y a María Elena Romero la noche en que las sacaron de allí. Minutos después sentí como hablaban con la voz del que se esta durmiendo por efecto de la anestesia.

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